Aristóteles manifestaba que la felicidad es el bien supremo del hombre, pues consideraba que esta era el fin u objetivo último del ser humano.
Cuando hablamos de felicidad, la gran mayoría de personas la relacionan con cosas materiales, por ejemplo, tener una gran cuenta bancaria, una profesión exitosa, una residencia de lujo, poder comer y beber en lugares exclusivos, viajar por doquier, cirugías estéticas, ropa, joyas, etc. Pero la felicidad no la encontramos en ninguna de esas cosas, pues es un estado interno propio del ser humano, que sólo la podemos sentir dentro de nuestro propio ser, nadie puede sentir la felicidad por nosotros.
La felicidad no requiere de bienes materiales, sino de un sentimiento de humanidad, bondad, de disfrute de la naturaleza, de compartir con nuestros seres queridos y con los demás, de ser solidarios, de sentirnos bien con nosotros mismos. Por eso vemos que, personas con muchas carencias materiales son realmente felices, porque han trascendido de ese estado materialista que disfraza la tenencia y acumulación de bienes, con ser feliz.
Estamos viviendo tan apresuradamente y pensando siempre en el futuro, que nos estamos olvidando de vivir el presente y, en consecuencia, negándonos la oportunidad de ser felices.
Hagamos un alto en nuestra vida y vivamos a nuestro propio ritmo, disfrutando del placer de tener un día más de vida, de nuestras amistades, de nuestras familias, de hacer el bien siempre, de ser buenos ciudadanos.
La felicidad no tiene costo, es gratis, solo se requiere que miremos dentro de nosotros mismos y saquemos todo lo bueno con que nuestra humanidad nos ha dotado, es preciso que nos avoquemos a ser felices, que disfrutemos de la vida y las oportunidades que ésta nos presenta.